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Rafael José Díaz y Felipe Landín, en la presentación del libro. C7

'Las pertenencias' o la apretura del tiempo

Rafael José Díaz se viste de caminante para descubrir y descubrirnos un mundo «que evacúa toda la mugre acumulada» disfrazándola de fiesta.

Felipe García Landín

Viernes, 30 de mayo 2025, 22:46

Existe la idea generalizada de que los poetas se dejan el alma cuando escriben porque se exponen públicamente, al mostrar todas sus intimidades sin pudor, lo que lleva a pensar que la poesía es un género autobiográfico frente a la novela que es pura ficción. Se identifica el yo poético con el autor, puesto que este utiliza recursos literarios que persiguen provocar emoción en los lectores y convencerlos de que los sentimientos y las vivencias expresadas han sido experimentadas intensamente. Claro que el arte vive de la realidad y que el creador no es un ser aislado del mundo, pero no se debiera olvidar que forma parte de la literatura confundir realidad y ficción.

Este juego es más evidente en la poesía, tal es así que a los lectores nos cuesta separar la voz poética del yo real. Cuando se habla de realismo en las artes —y en la literatura— se está haciendo referencia a una técnica, a una manera de contar ya que la realidad está manipulada por la palabra o la mirada del creador. La poesía también es un género de ficción y debiera asociarse con invención, fantasía e imaginación. El Diccionario de la lengua española, además, nos recuerda que simulación y fingimiento también son sinónimos de ficción. Fernando Pessoa afirmaba que el poeta es un fingidor, alguien que a través de la palabra «da existencia ideal a lo que realmente no la tiene».

Esta definición de fingidor es la esencia de la creación literaria. Pessoa ya demostró que el poeta se viste con el alma de otros para sentir, percibir, observar y sufrir el mundo que habita. Rafael José Díaz en su última entrega poética, 'Las pertenencias' (Ril editorial, 2025) se viste de caminante para descubrir y descubrirnos un mundo «que evacúa toda la mugre acumulada» disfrazándola de fiesta. Malnacido mundo que se hace ciudad y malnacida ciudad construida para los suicidios. Las ciudades y sus parques están muy presentes en este libro, la ciudad de la adolescencia y las ciudades visitadas, que parecen haber quedado en la memoria del poeta como si formaran parte de un museo íntimo de espejos rotos. El presente está hecho de ruinas o de desguaces de «todos los yoes que empecé a ser entonces». Son estas las pertenencias del poeta maduro.

Sobre el significado simbólico de las ruinas, señala Juan Eduardo Cirlot que expresan los lazos vividos cuando ya no poseen calor vital, pero que todavía existen a pesar del paso del tiempo. Las ruinas —afirma Cirlot— «son un símbolo equivalente al de las mutilaciones en lo biológico». Solo así se explica la melancolía que impregna los poemas de 'Las pertenencias', cuya lectura induce al lector a reflexionar sobre la naturaleza de la vida, el paso del tiempo y la fragilidad de la existencia. Los seres que habitan este poemario parecen espectros del pasado en busca de sus pertenencias. Camina el poeta entre los escombros de la memoria, melancólicamente. Las flaquezas, las debilidades, las miserias del vivir, los miedos y la incertidumbre habitan los tugurios del ayer. Parafraseando a Borges, el pasado es una red de triviales miserias «donde todos aquellos adolescentes se despeñaron». Ahora solo queda el silencio y la serenidad que da la distancia. ¿Podría llamarse consciencia?

Escribe desde la madurez, desde un estado de plenitud creativa desde el que explora experiencias

Rafael José Díaz escribe desde la madurez, esto es, desde un estado de plenitud creativa que le permite explorar las experiencias pasadas y bucear en ellas «por miedo a que las imágenes se borren», ¿por miedo a perder la identidad? Él mismo ha declarado que desde las vivencias presentes explora los recuerdos en los que aparecen «las pérdidas de amigos, iniciaciones o rupturas sentimentales», el juego de la seducción, la soledad, la muerte temprana, un cadáver encontrado en una piscina, la belleza inalcanzable, los cuerpos, la inocencia perdida, el tiempo y un espacio apresados en un parque de la adolescencia, la madre llena de vida, los «paseos solitarios al atardecer, noches de exploraciones etílicas, fiestas celebradas junto a un río o madrugadas en tugurios desaparecidos».

Todo un paisaje de la nostalgia y la melancolía que deja sus marcas. Se preguntaba Benedetti de qué se nutre la nostalgia. La respuesta se encuentra en las evocaciones del pasado, pero los poetas saben que la verdadera nostalgia, la válida, la única nostalgia es «la sonoridad de los poros tintineantes» de la piel, «el brillo del aliento contenido en el borde/ de los labios que apenas si se atreven/a respirar otros labios por miedo». Y se añora el tiempo perdido. Y la melancolía persiste y deja sus marcas en la piel y en la escritura.

Rafael José Díaz nos lleva a los espacios que habitan su memoria con un lenguaje próximo, directo e intencionadamente sencillo con el que estructura con precisión matemática los 29 poemas de 'Las pertenencias'. El poema número 15 'Viaje al centro del whisky', que respira melancolía y ansiedad mientras rastrea en la apretura del tiempo las huellas de la soledad, marca la tensión poética al constituir la parte central del libro. Estamos ante una poesía muy humana que habla de acontecimientos cotidianos, de hechos reales, comunes y que busca la complicidad con el lector: «Si tengo que escribirlo es porque me asedia como lo que nació sumergido, y todo lo que procede del fondo se revela poderoso en la superficie, aunque queramos combatirlo con el silencio, la indiferencia, el desvío del pensamiento o las palabras trucadas». La poesía, como el río de Heráclito, está en constante movimiento. No hay nada extraordinario en esto, salvo el lenguaje poético que es la mayor de las pertenencias. La poesía nace del lenguaje, pues «cada lenguaje —como ya apuntara Borges— es una manera de sentir el mundo, cada lenguaje es una literatura posible, incluso si no llega a serlo».

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